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Balmes versus JuventudUna de aquellas señoras enlutadas, de discreta apariencia casi siempre, agitaba impetuosamente el paraguas amenazante hacia el árbitro que, enfrascado como era su obligación en los avatares del juego, ignoraba su acalorada presencia. Esta señora era uno de los principales escollos que el sufrido delegado de campo tenía que salvar en partidos de máxima rivalidad como el de esa mañana, por lo que en su incesante ir y venir recorriendo las líneas de banda, a la vez que empujaba suavemente a los espectadores, siempre temía la inesperada y agresiva reacción de la señora del paraguas. El paraguas que, por cierto, no hubo necesidad de usar puesto que, al final, quedó un espléndida mañana toda vez que se disolvieron las primeras nubes amenzantes y el cielo fue tornándose de un azul intenso, propio de la época primaveral ya casi veraniega que se avecinaba. El destartalado recinto de la Avenida de Criptana, cancha de juego del Juventud, registraba un lleno rebosante, por lo que los espectadores rodeaban la aislada pista de cemento en más de tres filas simultáneas y embarulladas para no perderse la actuación de sus ídolos. Idolos que se repartían el corazón de los aficionados alcazareños según la procedencia escolar de la que partían. El Balmes agrupaba al sector del alumnado de dicha academia y sus simpatizantes eran también vecinos o familiares que se habían interesado por este juego, mientras que el Juventud congregaba fundamentalmente a una hinchada que se nutría de la Academia Cervantes y que se identificaba más a la cantera del Frente de Juventudes. Cada uno de los equipos tenía un jugador carismático y, si en el Balmes lo era Vicen Paniagua, en el Juventud, si duda, era Nando. Nando representaba la encarnación local del deportista estelar de la época, cuya cotización lo situaba entre los primeros de la escala de los deseados, no sólo por su tiro en suspensión, que marcaba un hito entre los jóvenes, sino por su merecida fama de conquistador entre las jóvenes. Eso unido a su clásica actividad como socorrista de la piscina Marcris le proporcionaban un aura deportiva cuya impronta será inolvidable para una amplia generación, para quienes esa pasión mañanera sólo podía ser superada por una parada de Valbuena, o un gol, tras zurdazo, de Paquito Vicente en las tardes de buen fútbol. El futbol reinaba como deporte, pero aquellas emociones que se despertaban en el corazón de los muchachos que, después de oir la misa de diez en la Trinidad, acudían en cuadrilla a presenciar el partido de baloncesto, no eran fáciles de comprender para los profanos, que observaban con desdén el auge de un juego, lanzado desde los Estados Unidos e importado por un cura. Un cura, el Padre Julián, dirigía entonces la actividad del Balmes inculcando entre los chavales el amor a unos colores que se fueron haciendo propios. El amarillo de la camiseta y el verde del pantalón marcaban un respeto simbólico cuya defensa suprema se consumaba ante los colores del Juventud. Todo el juego era una sucesión de gestos grabados en la memoria infantil: Las arrancadas explosivas de Barrilero con sus pasillos bajo la canasta rival, el poderío reboteador del "Peli" Paniagua y su primo Manolo, las elásticas suspensiones de Micó y Mazuecos, la sobria eficacia de Leal y de Antonio Gómez, la exhibición muscular de Gelo, que encandilaba a toda una nube femenina de adolescentes, la potente presencia de Fernando Villanueva y la mágica seguridad que proporcionaba el joven Vicen Paniagua. Vicente Paniagua ya advirtió, antes del esperado choque de aquella mañana, que una de las dificultades a superar sería la de contrarrestar el juego sucio de la afición contraria. Varios chavales, estratégicamente situados, se encargaban de mover el entramado metálico de las rudimentarias canastas cuando se producía un lanzamiento de los visitantes, por lo que los árbitros se veían impotentes para frenar estos lances. Pero lo que verdaderamente causó sensación en la expedición balmesina fue el recibimiento a que fue sometida antes de llegar a las inmediaciones del campo, cuando un amplio grupo de seguidores del Juventud entonaban a coro y con garbo: " Ahí vienen los chicos del Padre Julián, ni beben ni fuman ni saben jugar ..." Jugar era la consigna básica de los dos entrenadores para el choque. No había lugar para la galería ni el exhibicionismo de los más dotados, lo importante era amarrar los dos puntos y poder presumir durante el resto de la temporada de la victoria sobre el máximo rival. En los recreos no se hablaría de otra cosa y hasta la clasificación final de la competición quedaría en segundo plano si se producía una derrota. J.Luis Vaquero ordenó ejecutar un pressing a la desesperada en los últimos tres minutos para tratar de igualar un marcador desfavorable. Desfavorable fue finalmente el marcador para el Balmes. El resultado final daba la victoria por dos puntos al Juventud y todo el repertorio de conjeturas y especulaciones se disipó con el pitido final de la mesa, pero aún hoy algunos conservan en la memoria de los afectos aquellas irrepetibles emociones. JUSTO LOPEZ CARREÑO |
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