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Y todavía, cárcamo, carcamalY todavía, cárcamo, carcamal, marchito, viejo más que Matusalén, y, cada vez que alguna niña deje al pasar piadosamente volar por ti los ojos o que una voz de hadita loca en risa te tintinee por las orejas, ya te pones a obedecer y a mascar de rosas el aire y en bullicio de sangre abrir el belfo en un rebuzno, y en vano vas al viejo empeño aún, con todo, mano a poner; como, por ejemplo, ahora es esa joven matrona, ahí en medio de la plaza de Malmenor jugando con su niño a hacerle liso rodar por el pavimento de un golpecito leve del largo pie, a que a traspieses vaya a atramparla él, una bolita plateada, ay, de su pie, de sandalia apenas ceñido a tiras; y él se la da feliz, y ella otra vez la empuja del pie a rodar, por la rodilla y por la corva toda a redor revoloteando la falda corta en pámpanos de rosal la pierna arriba: y otra vez más, y más, y, al par que la bolita rueda, el corazón se me va enredando en ella; y es la hora que debo ya dejar la plaza; y, dando un rodeo, voy por cerca de ella, y paro un punto, y ella, en un tris de entender levanta la cara, y entre el pelo sus ojos con mis ojos un vislumbre se cruzan tan desesperadamente. Ah, ¿cuándo, cuándo será que la edad te cure de amor por siempre? ¿O vas a seguir así, hozando tras de vaho de piel, temblor de nalgas, coño vivo, hasta que del amor y de todo cures? AGUSTIN GARCIA CALVO |
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