Daniel Escribano

Maestro, músico, poeta. Así lo definía un artículo periodístico de finales de los años setenta. Posiblemente es la mejor síntesis de sus actividades predilectas. En lo personal puedo decir que mantengo con Daniel una buena amistad desde hace muchos años, cuando emprendimos una aventura pedagógica a caballo entre el altruismo y la ingenuidad. Quizá esos rasgos han marcado también la trayectoria poética de Daniel, que ha necesitado del autodidactismo desde sus inicios en todos los campos dado que sus progenitores nunca entendieron la necesidad del cultivo de su sensibilidad que despertó con las ilusiones del mayo del 68 francés y no tuvo continuidad porque el pueblo suele ahogar a quienes no se marcan o no se atreven con horizontes mucho más amplios.

Ahora, en el pausado otoño de su vida, no deja de sorprender su legado poético que comenzara con aquel tripartito “Encuentro –línea y palabra-“en 1976, continuó con “Crónicas del Conocimiento” en 1988 y “Conocimiento íntimo” en 1994. Yo espero una nueva aportación que evidencie, como en los buenos vinos, una crianza sosegada por los años de esta madurez que ya lo envuelve.

PERTENENCIA

No temáis que me pierda en el tiempo y la tierra.
Nadie sufra por esa circunstancia.

¡Me he mirado en sus ojos!

¡Ya no me pertenezco!

Porque todo cuanto de ella permanezca
me llevará consigo.

DE “LIENZO INTERIOR”

Ninguna voz
está absolutamente sola
en la soledad de su momento,
hay otras voces acompañando su marcha
con sus canciones alegres,
con sus ruidos lastimeros,
desde sus armazones de labios y mejillas..
voces que, al cabo,
siempre suenan diferentes,
con sabores sencillos
y sorprendentemente nuevos,
voces que se han acrisolado
desde el verbo de otros poetas
ya enterrados, nunca muertos,
y que sonarán en poetas venideros
con la fuerza nonata y abismal
de lo que nunca tuvo carceleros.

Esta es mi voz amigos,
mi voz renunciadora y sin dobleces
escondidos por los versos;
mi voz que sueña ese lugar reservado
en lo mejor de vuestro pecho,
junto al manantial sanguíneo permanente,
con los mirados limpias y sin celos,
ese mismo lugar que yo os reservo
-junto al latido repetido y primero-
para el que venga con la sonrisa
abierta, lo mono tendida,
pajarero el seso,
colmada de alegría el alma,
guardando para él la pena y el lamento,
compartiéndose o raudales,
regalando palabras como besos,
ascendiendo sobre lo cotidiano,
lo monótono, lo efímero,
lo mezquino y rastrero,
hasta donde habitan los sentimientos,
al centro del alma y de la duda,
donde anidan los sueños
nunca vistos, siempre abiertos,
con la mirada clavada en un futuro
de esperanza...

DE “CUADERNO DE ABRIL”

La Mirada

Cuando contemplo o una mujer
me estremece su misma silueta,
a veces su exuberante y dulce pecho,
otras, por contra, su breve seno adormecido;
en ocasiones sus orondas caderas, su contoneo,
el posible paréntesis de vida que cobijan.

El cabello al viento me sugiere
la aventura de la mano y los labios...
...¡Oh los labios!

carnal invitación al gozo más sublime,
olvidado pudor,
amargo cáliz del desprecio.

Luego están sus hombros, su cintura,
sus mejillas, el caminar...
y la mirada,
el brillo amoroso al que respondo,
la dulzura duplicada,
la palabra de color insonora,
la caricia iniciada en la distancia.

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