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Alcázar en mi memoria
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En la esquina de Damián tuvimos la referencia del sustento familiar cuando mi padre dejó el fútbol profesional dedicándose de lleno a este oficio tan complejo de vender día tras día detrás de ese mostrador que separaba en dos zonas clientes de vendedor, ayudado por mi madre que padeció el desengaño de casar con futbolista y terminar despachando con abnegada sonrisa. Durante los años sesenta fue un comercio popular donde se solían mezclar gentes de rentas bajas, con problemas al pagar que mi padre anotaba en la libreta de deudas hasta poderlas tachar, junto a otras adineradas que le pagaban sus compras sin tenerles que fiar. El comercio cobró fama porque se podían comprar algunas cosas selectas como único lugar, por lo que acudían clientes de diversa procedencia con la intención concreta de llevarse algún manjar sin tener que dar más vueltas, ni viajar hasta Madrid que era nuestra referencia. Los modos de compraventa eran casi medievales, con productos a granel, muy escasos los envases que siempre solían ser de latas o de cristales, papel de estraza y cartuchos para legumbres cereales, el embutido cortado con el filo del cuchillo y el bacalao en salazón guillotinado en patíbulo. Los olores de la tienda eran una extraña mezcla entre especias muy diversas, el polvo de las harinas, el aroma a las galletas, las grasas de los jamones, los quesos y requesones con los fuertes embutidos junto a los aceites rancios cuando les faltaba frío. Mas poco a poco llegaron las máquinas cortadoras, frigoríficos congeladores, la publicidad, el plástico, que en los primeros compases plexiglás se le llamaba, las marcas televisivas junto a los supermercados con las multinacionales y los préstamos bancarios. Todo ello fue mermando el modelo primitivo, un modo de hacer negocio largo tiempo practicado pero que sin darnos cuenta se fue quedando atrasado. Con estas y otras presiones de los dueños del inmueble se fue arruinando el negocio hasta llegar a su cierre. |
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