Artículos año 2020 MUSEO DE PASIONES


Acompañado por mi primo Ricardo, buen conocedor del urbanismo madrileño, de sus edificios, sus rincones ocultos, sus transformaciones y, lo que es más importante, admirador de todo tipo de colecciones en las que se una la utilidad del objeto con el arte de su creación, nos dirigimos al espléndido palacete sede de la Fundación Lázaro Galdiano en la madrileña calle de Serrano que, además de sus fondos habituales, presentaba una interpretación personal de toda la obra allí contenida bajo la mirada de Javier Viver, quien establece “un diálogo abierto sobre las pasiones humanas relacionando las obras del Museo con fotografías documentales pertenecientes a sus libros Revelations (sobre la iconografía del psiquiátrico parisino de la Salpêtriére) Aurelia Immortal (sobre un espécimen de medusa biológicamente inmortal) y a su próximo libro Cristos y anticristos (un evangelio de 1930 ilustrado con imágenes de la Guerra Civil Española y la profanación religiosa”.

Personalmente son varios los aspectos de la exposición que me llamaron especialmente la atención.

Sin duda, la imponente estatua de sal, situada en la sala central de la primera planta del palacete es lo más llamativo por su tamaño, con 6 metros de altura, su material de sal consolidada y su simbolismo, pues expresa el significado de Salpêtriére (sal de piedra en francés) en la que quedaron fijadas con sales de plata las pasiones humanas y que rememora al personaje bíblico de Edit, convertida en estatua de sal por mirar atrás.

“Viver cuestiona la mirada nostálgica al pasado: refugiarse en las seguridades del pasado como evasión de la tarea contemporánea conduce a la muerte”.

También sabrosa me resultó el resto de la visita recorriendo salas y obras ya conocidas pero que cobran aún más valor, como todo lo bueno, cuando se repite su observación y se contempla con detenimiento.



Además de numerosos objetos de diverso tipo, me llamó la atención el aprecio que Ricardo hace de las taraceas de madera, ya sea en escritorios, bargueños o mesas de salón, que hay en abundancia por todo el recorrido. También la contemplación de la selección de plaquetas, sigilografías, pinjantes o jaeces, hierros y llaves. Éstas últimas son una de sus debilidades como coleccionista y él mismo cuenta con un conjunto nada despreciable.



Y aún más me sorprendió su conocimiento de piezas de las que yo no tenía idea y que sirvieron para demostrarme que su cultura por los objetos decorativos es más auténtica y profunda de lo que pudiera entreverse. Así ocurrió al mostrarme un ponderal de vasos anidados, es decir, un conjunto de pesas de metal con forma troncocónica que tienen un aspecto parecido a un vaso. Encajan unas en otras, de tal forma que la mayor dispone de una tapa donde pueden colocarse todas las demás. Cada uno de los vasos pesa la mitad del anterior. Se empleaban para pesar metales preciosos como oro y plata.





Finalizada la visita nos dirigimos hacia el centro atravesando Callao y Preciados sin dejar de comentar sobre edificios singulares, balcones, escudos o rejerías en las fachadas, hasta llegar al segundo escenario donde supuestamente tenía continuidad la exposición de Viver dentro de la Capilla de los Arquitectos de la Iglesia de San Sebastián, obra de Ventura Rodríguez en la Calle Atocha.

Lo cierto es que las puertas de la iglesia estaban cerradas y el único acceso indicado por la calle Huertas no solo no tenía señalada la Exposición sino que ninguna de sus puertas conducían al templo.

Quedamos pendientes de aclarar el por qué de esta falta de rigor en lo publicitado y dimos por terminada la visita antes de buscar un lugar para comer y disfrutar posteriormente de un plácido café en la Gran Vía, con vistas al deambular callejero, y un último paseo a pie hasta la estación de Atocha dónde anticipé la hora prevista de regreso al pueblo.



Justo López Carreño

Febrero de 2020

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