Artículos año 2020 ATIENZA Y SIGÜENZA


Aprovechando el breve receso laboral de mi cónyuge y pareja con motivo del carnaval, salimos un par de días en una de esas escapadas rurales con encanto que tanto nos gustan. El ciclismo grupal siempre me ha dado pie para regresar a los lugares que había descubierto a golpe de pedal y en los que encontramos cierto encanto para repetir.

Esta vez se trataba de repetir la ruta llevada a cabo el pasado año en el Macutillo del ICC pero cambiando algo el recorrido para explorar otra zona que ya teníamos más que olvidada.

Salimos en dirección Madrid y Guadalajara para desviarnos hacia Cogolludo, primera parada de este periplo y lugar donde habíamos comenzado el pedaleo en la anterior ruta ciclista. Esta vez, la mañana se presentaba luminosa y soleada, fresca pero agradable y así lucía la magnífica Plaza Mayor en la que se encuentra el palacio Ducal de los Duques de Medinaceli, de estilo renacentista y al que el rey Felipe El Hermoso calificó en 1502 como “el más rico alojamiento de España”.





Después de un recorrido por el exterior de las iglesias más significativas, como la de Santa María y la de San Pedro y de contemplar las ruinas del castillo muy cercanas al núcleo urbano, abandonamos la población en dirección a Atienza siguiendo la carretera ya conocida y que deja a escasos kilómetros la entrada hacia la Bodega Río Negro, un afamado vino de la zona que ya habíamos degustado anteriormente.





Continuamos hacia la población de Hiendelaencina pasando previamente por el pantano de Alcorlo, que lucía de buen acopio de agua pese a la sequía y que le otorga al paisaje mayor atractivo. En la localidad minera pudimos tomar un aperitivo recordando el paso por el Bar Sabory, en plena plaza principal, que estaba atestada de moteros, visitantes y algunos vecinos saboreando el buen tiempo al abrigo de las pérgolas plastificadas.





Merece la pena un paso por este establecimiento con buena cocina y amable trato. Después nos acercamos al museo minero, que se encontraba cerrado, para fijarnos en la edificación, que había corrido por cuenta de la constructora Alcañiz de la Guía, con la que mantenemos vínculos de parentesco y cuya fachada está realizada con piedra de mineral argentífero, cuyas pequeñas motas blanquean reluciendo con pequeños destellos al recibir la luz.





Finalmente llegamos al objetivo del día que era recorrer Atienza. Después de dejar el coche en plena Plaza Mayor, muy concurrida en torno a uno de los bares situado en la misma, nos desplazamos a visitar la Iglesia de San Juan Evangelista con su espléndido retablo barroco que es posiblemente la mayor joya artística de la población.



Después recorrimos las callejuelas, el arco de Arrebatacapas y la Plaza del Trigo antes de hacer el breve casting de establecimientos para el almuerzo. Al final y tras consultar la carta en Casa Encarna decidimos continuar hasta El Mirador, lugar que ya conocíamos por alojarnos los ciclistas y que ahora nos sirvió para una comida agradable y de calidad. Lo curioso fue que al intentar tomar café en Casa Encarna, el dueño, insólitamente, nos negó el servicio y tuvimos que marcharnos tras un rato de espera a otro lugar para poder tomarlo. Era la primera vez que nos ocurría una cosa así y más sin haber mediado ningún tipo de contacto, salvo el desestimar la carta anteriormente en uso de nuestra libertad de elección. Con empresarios así es difícil que esta población despegue turísticamente.





Sin muchos más alicientes, con el resto de edificios monumentales cerrados y el mal sabor de boca que nos proporcionó el desplante del hostelero, partimos hacia Sigüenza antes de lo previsto, al ser el lugar que habíamos elegido para el alojamiento de la única noche y la posterior vista a la mañana siguiente.



Llegamos a media tarde a la población de Sigüenza y visitamos en primer lugar su imponente Castillo convertido ahora en Parador de Turismo. La visita nos sirvió para descansar en uno de sus salones nobles y contemplar toda la grandeza recuperada acertadamente para el turismo por la red de Paradores del Estado. Después recorrimos algunas de la dependencias accesibles, como la Plaza de Armas y recorrimos la distancia que nos separaba de la Posada de los Cuatro Caños, lugar escogido previamente para el alojamiento y que nos causó una agradable impresión.





La posada es uno de esos negocios familiares del ámbito rural que, aprovechando uno de tantos caserones solariegos y blasonados que conforman estas villas ilustres, se convierten en un auténtico lujo para sus eventuales ocupantes que pueden gozar, como lo hicimos nosotros, de una habitación (llamada Sinagoga) abuhardillada, con terraza y vistas panorámicas de la ciudad, sistemas de climatización adecuados, baño completo y todos los componentes de confortabilidad para alojarse cómodamente y disfrutar de un salón abajo con chimenea y zona de lectura que le conferían un atractivo añadido.





Si todo lo anterior ya resultó agradable, el desayuno de la mañana siguiente fue memorable. Embutidos caseros, fruta natural, mermeladas, natillas, zumo, café con leche y unas tostadas recién preparadas con pan tierno y jamón ibérico que difícilmente olvidaremos. Así que cargados con esa suculenta energía acometimos la jornada matinal del lunes yendo a visitar otra de las joyas de la ciudad, su espectacular catedral de Santa María, a la que se unió el Museo Diocesano como complemento de todo el tesoro artístico que administra la Iglesia católica.



La catedral es de arquitectura cisterciense en la época de transición del románico al gótico y se convirtió en un templo único por su magnitud y su riqueza constructiva. Con inusual calma y dedicación, nos pusimos en manos de una audioguía, nada más abrir las puertas del templo, y con escasos acompañantes fuimos recorriendo los distintos espacios siguiendo el orden de numeración. Especialmente impresionante, pese a ser un tópico turístico, resulta la visita a la Capilla de El Doncel que alberga la sepultura del joven Martín Vázquez de Arce, junto al resto de esculturas funerarias de su familia.





Además de numerosos otros rincones del templo-fortaleza, nos llamaron especialmente la atención el altar de Santa Librada, patrona de la ciudad y cuya historia resulta de lo más rocambolesca al ser mártir, junto a sus hermanas, de las tropas musulmanas. El artista Juan Soreda dio forma a una temática mitológica inspirada en otros artistas del renacimiento italiano.





Después del recorrido bastante completo y dado que el frío iba haciendo mella en nuestro cuerpo pese a ir abrigados, optamos por salir del templo y visitar el Museo Diocesano que igualmente ofrece una carga artística de gran valor y en la que destaca la Inmaculada Niña de Zurbarán así como un conjunto de tallas en marfil que sorprenden por su finura y calidad.





Aún tuvimos tiempo de dar un paseo por la Alameda, que la noche anterior no pudimos contemplar con suficiente luminosidad y, de paso, visitar otras dos capillas de interés, la de Nuestra Señora de los Huertos, con una preciosa portada plateresca además de restos de una calzada romana con restos óseos a la vista y la Ermita del Humilladero, de pequeñas dimensiones.





Quedó completada nuestra visita y tras unas compras de productos comestibles de la zona, nos dirigimos al recomendado restaurante Sánchez, cercano a la Alameda, que nos ofreció un menú clásico pero muy satisfactorio, en el que no faltó el rabo de toro estofado y el cabrito frito, regados ambos con un tinto manchego que tenían como vino de la casa. Buen servicio y precio ajustado y razonable para rematar la salida.





Pero las jornadas festivas dieron aún para otro colofón. En compañía de nuestros nietos, el martes de carnaval nos acercamos a Herencia para ver el Ofertorio u Ofrecitorio como lo llamaban popularmente en mis tiempos de docencia en el pueblo.

Sigo pensando que es la jornada más concurrida pero la más alejada del espíritu tradicional del carnaval herenciano. Se ha convertido en un Broadway rural. Un desfile de comparsas cuyos componentes lucen carnestolendas, algunas cercanas a la obesidad, mientras representan escenas impostadas de temáticas alejadas, al ritmo de músicas tecnoestridentes potenciadas por esas desmesuradas cajas acústicas que forman parte la caravana desfilatoria e intentan mover sus poco trabajados perfiles de danza mediante gestos grotescos, de que no patéticos. En fin, creo que todo lo que reste naturalidad, ironía y cercanía crítica, se desvía del sentido que siempre han tenido estos carnavales.



Cosas veremos con igual final.

Justo López Carreño

Febrero de 2020

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