Alcázar en mi memoria

                III



Plaza de Santa Quiteria
donde la burguesía arropa
con sus casas a la Iglesia.
Alineadas en dos filas
que poco a poco se estrechan
y forman un paso corto
al que llamamos boquete
porque los vientos arrecian
y se vuelven los paraguas
y se levantan las faldas
y se descompone el porte
de personas arregladas
que transitan para misa
a lavar con penitencias
sus conductas disipadas
o cruzan hacia la plaza.


En ella han vivido siempre
familias adineradas
con tierras o con negocios
y con rentas desahogadas
hasta que el paso del tiempo
terminó por agotarlas.

Casa de los Espadero
señorial en su fachada,
nido de varias familias,
residencia clerical
por afecto y por cercana.
De allí recuerdo salir
bajo su negra sotana
algún cura de la época
para administrar el óleo
a un feligrés moribundo
que agonizaba en su cama.
Y esa misteriosa acción
siempre me sobrecogía
aunque me explicaran luego
que aquel ungüento era Dios.


También por aquellos lares
vivían los Victorinos
familia de agricultores
con fincas en Marañón.
Muchas hijas, pocos hijos,
alguno trabajador.
Y más cercano a la plaza
el singular Bonardell
alto y altivo en sus modos
de ser y de proceder.
O la señora Marina
en su estanco de tabaco
siempre detrás de una mesa
con el genio a flor de piel
mandando pronto a hacer puñetas
a todo aquel que la inquiete
o la ofenda aún sin querer.


Frente a ella los Maciá,
la familia de estereros
venidos de Crevillente
que ocupaban una casa
de una imponente fachada
con un patio de columnas
de esos de planta cuadrada
con un fuerte olor a esparto
donde almacenaban esteras
y fabricaban persianas.
Luego el bueno de Vicente,
demostró su habilidad
para meterse en negocios
comprando y vendiendo fincas
adquiriendo coches nuevos
o ejerciendo de taxista.



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